¿Y TU QUÉ JUZGAS?


Yo de todo. Antes lo hacía, ahora menos. A veces caigo en hacer algún juicio sobre algo o alguien, pero me doy cuenta y pienso en los millones de posibilidades existentes sobre ese algo o alguien que desconozco. Hay que darse un baño de humildad, y se consciente de que nuestro ego se nos ha adelantado. Y lo más probable es que se me escape algún juicio no y no me dé cuenta. Aunque cuanto más se analiza uno, y más veces te tomas la molestia de pensar en esas otras mil posibilidades que desconoces, menos ocurre. Incluso puedes darte cuenta un rato más tarde, pensando sobre algo que te ha ocurrido, de que has juzgado algo que no te ha gustado y has tenido pensamientos negativos. Pero el simple hecho de darte cuenta, es proceso del aprendizaje y de mejora.  

¿Qué sé yo lo que ocurre a otra persona desde que se levanta hasta que se acuesta? ¿Qué sé yo de todas la experiencias que ha vivido esa persona a lo largo de su vida? ¿Qué sé yo de la causa de sus reacciones? Porque todo eso es parte de los demás, y conocemos sólo una parte muy pequeñita de los demás. 
¿De qué nos sirve juzgar? De nada, es sólo nuestra percepción distorsionada de lo que hace o deja de hacer otra persona. Además, esto nos lleva a la crítica. La crítica es correcta siempre y cuando sea constructiva, con propuestas de mejora e implicación. Si no es así, suele convertirse en observaciones negativas que nos hacen tensionarnos, estar en una carga negativa. Y esto aumentará nuestra carga de estrés influyendo en el sistema inmune y funcionamiento del organismo. La crítica destructiva intenta inflar nuestro ego, y no sirve sino para dañarnos a nosotros y a otros. 

En vez de juzgar, podemos centramos en nosotros, en nuestro día a día, nuestras acciones, nuestras reflexiones, nuestras aficiones, nuestros seres cercanos...  

Llena tu vida de lo que realmente importa. 

Intentarlo es un ejercicio que merece la pena.